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Volver a empezar: Desaprender a comer

La primera de las dos entregas de una serie de consejos que nos van a enseñar a tomar los alimentos de una manera diferente.

Dice el refrán que 'más vale tarde que nunca', y hoy eso nos sirve para la primera de las dos entregas de una serie de consejos que nos van a enseñar a tomar los alimentos de una manera diferente. Vamos a aprender unos sencillos hábitos que van a permitir que comamos mejor (nunca de más, solamente lo necesario). Esto lo agradecerá nuestro colon, ya que tendremos una digestión más plácida, y veremos resultados en nuestra salud, en general, y en nuestro aspecto físico.

Este aprendizaje servirá para transferirlo a nuestros hijos o alumnos. No es que nuestros padres lo hicieran mal, ellos nos enseñaron a comer como nos enseñaron a hablar y a caminar, convencidos de que lo hacían de la mejor manera. La información que les daré, sencillamente, la desconocían.

El punto clave es reflexionar cómo comemos. La idea es ver lo que hemos hecho mal hasta ahora y cómo corregirlo.

El reloj de las doce partes iguales

Cuando se habla de nutrición o estilo de vida, la mayoría de recomendaciones que encontramos tienen que ver con lo que comemos. Pocas veces nos hablan de la forma correcta de sentarnos frente al plato y de recibir la comida.

Vamos a hacer un sencillo ejercicio: partir en doce porciones idénticas todo lo que tengamos en el plato. Es muy fácil. La carne del almuerzo, el pescado de la cena, la arepa del desayuno, todo lo partiremos en doce partes iguales.

Solo concentrarnos en esta tarea nos ayudará a controlar la ansiedad, para no devorar la comida de manera desenfrenada. Este hábito es todavía más útil si estamos frente a un capricho, como un dulce, una pizza o una hamburguesa (comidas que deben ser excepcionales, no la regla). Al dividir esos alimentos en doce pedazos, vamos a comer a una velocidad adecuada y masticaremos correctamente, lo cual hará que saciemos nuestro apetito antes de llegar al bocado número doce.

Cuando comemos, el estómago tarda cinco minutos en mandar la señal al cerebro. Si en ese tiempo comemos con afán y voracidad, nos puede caber un elefante entero. Si, por el contrario, vamos despacio, es más sencillo que nos comamos lo que nos corresponde, no más.

El placer está en la boca: ¡mastiquemos!

La masticación también es muy importante. Le pone las cosas más fáciles al esófago, al estómago y a todo el aparato digestivo. Además, nos permite disfrutar lo que comemos. Una vez el alimento entra al organismo, ya no hay placer. El estómago no reconoce entre hojas de perejil y un chorizo a la parrilla.

Mastiquemos despacio. Repitamos una pregunta cada vez que llevemos un pedazo de comida a la boca. ¿Dónde es que está el verdadero placer de la comida? El primer placer está en la vista. Cuando vemos un bocado apetitoso, bien presentado y con buena pinta,empezamos a salivar. Después está el sabor, que depende de nuestras papilas gustativas o de la glándula gustativa pomarus.

Cuanto más tiempo esté la comida en la boca, más disfrutaremos. Nuestros sentidos agradecerán que alarguemos este momento, así como nuestro aparato digestivo y nuestro equilibrio nutricional.

El manejo de los cubiertos

La forma de usar los cubiertos también influye en la cantidad de comida que ingerimos. Empezamos por el cuchillo: después de partir todo en doce pedazos, podemos dejarlo a un lado. El tenedor y la cuchara, según el caso, hacen una dupla perfecta con nuestro brazo. Desde pequeños aprendemos que nuestra extremidad sube y baja de manera automática del plato a la boca y viceversa. Es un movimiento que muchas veces se hace sin control: llevamos un bocado sin haber pasado el anterior. Lo aprendimos desde la niñez. El problema es que uno se atora más, come más, le cabe más, hace peor digestión y tiende a engordarse más fácil.

¿Cuál es el consejo? Muy sencillo: cada vez que llenemos la boca con un pedazo de comida, debemos soltar inmediatamente el tenedor o la cuchara, y masticar, teniendo libre la mano del cubierto. Cuando hayamos masticado lo suficiente y tragado, entonces sí volvemos a tomar el cubierto. Mientras tanto, está mucho mejor encima de la mesa que en nuestra mano. Es una manera de controlarnos.

La televisión es mal aderezo

Y televisión es sinónimo de celular, tablet o cualquier dispositivo distractor. Llegamos a la casa cansados, nos servimos la cena y nos sentamos a ver televisión mientras comemos. Nuestra mente se ocupa en las imágenes en movimiento y no piensa en lo que estamos comiendo, lo cual quiere decir que es muy probable que comamos cualquier cantidad de cosas sin darnos cuenta. Es lo mismo que pasa cuando vamos a cine: nos comemos un kilo de crispetas sin darnos cuenta. Nuestro cerebro no está en lo que nos estamos comiendo sino en lo que estamos viendo, así que no recibimos señales de saciedad y nuestro estómago se convierte en un pozo sin fondo.

Por lo tanto, cuando llegue a casa, tómese el tiempo que necesite para alimentarse tranquilamente. Después ya podrá pasar el resto de la noche haciendo zapping.

El líquido: nunca durante la comida

Si masticamos bien la comida no necesitaremos líquido para ayudarla a pasar. Si es un caso excepcional, un sorbito de agua será suficiente para tragar el bocado. El ideal es dejar los líquidos para antes de la comida o para después. ¿Por qué? Porque el agua, el jugo y la gaseosa provocan el mismo efecto que el tenedor con el movimiento automatizado de la mesa a la boca: permite que le metamos más comida al cuerpo y hace, incluso, que traguemos sin masticar.

Fuente: RC

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