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Con la tercera edad no se acaba el deseo


En la tercera edad no se acaba el deseo

Si demuestran que su libido está viva, como debería, los consideramos ‘verdes’ y limitamos su libertad.

En medio de una clase de pintura, en un reconocido asilo para la vejez de Estados Unidos, una mujer hizo un óleo erótico en el que se representaba a ella y a uno de los hombres del lugar teniendo sexo. Las reacciones no se hicieron esperar. Hubo compañeras emocionadas, que aplaudieron la obra de arte, y otras, más conservadoras, que concluyeron que el sexo ya no era un tema del que tenía que ocuparse la pintora. Los enfermeros del lugar se sentaron a discutir después de la clase, ya que el tema había generado un airado debate sobre la conveniencia de que las personas a las que brindaban atención tuvieran encuentros sexuales o, incluso, mantuvieran relaciones sentimentales entre ellos. El sexo ha sido un tema tabú en todas las generaciones. Siempre lleva un halo pecaminoso, así que no suele ser bien visto, ni siquiera desde un punto de vista biológico, que indica que es una necesidad innata de los seres humanos. La moral ha impedido que hablemos del tema abiertamente, es un asunto de la juventud y la vida privada. Esta cadena de opiniones sobre la sexualidad está determinada por diversos aspectos sociales y culturales que generan estereotipos sobre ‘hacer el amor’ y sobre las etapas de la vida en las que es adecuado aproximarse al tema.

El deseo no se va Desde esta perspectiva, asumimos la sexualidad de diferentes maneras en cada una de las etapas de nuestra vida. La juventud, por ejemplo, es la época de la ingenuidad, la locura y la exploración sexual desmesurada, que se controla desde la anticoncepción y desde las normas sociales que indican cuál es la edad indicada para que iniciemos nuestra vida sexual. En esos años, discutimos sobre cómo prevenir un embarazo temprano, cómo manejar uno indeseado y si es correcto abortar o no. En la adultez, tratamos de conciliar nuestras relaciones sexuales con una vida dirigida por al trabajo, las preocupaciones diarias, la crianza de los hijos y el cuidado de la casa. En esos años, de acuerdo con lo que señalan las exigencias morales, el sexo ocurre solo dentro del matrimonio. En el albor de la vejez, el sexo ya no es un asunto primordial porque tenemos la idea de que nuetro cuerpo no es objeto de deseo; somos, más bien, los que atendemos a los nietos y damos consejos sabios. Estas ideas han sido objeto de investigación desde varias áreas del conocimiento. Simone de Beauvoir, la bandera del feminismo moderno, retrató este momento de la vida en La vejez, un tratado en el que aborda lo que implicaba llegar a esa etapa de la vida para las mujeres de su época: “Además de vivir bajo el régimen del dinero, vivimos bajo el imperio del músculo, el deporte, la velocidad en todas sus formas. Por ello, los jóvenes marginan a los ancianos”. Era una Beauvoir entrada en años, que se había opuesto con fuerza a casarse o tener una familia, bisexual y con una relación abierta con el filósofo francés Jean Paul Sartre. La mujer que había conseguido educarse y abrirse un lugar en el podio de la filosofía occidental (cuando las chicas en la facultad de Filosofía no eran bien vistas), ella, tenía miedo de ser vieja. Y en ese momento de oscuridad frente a sus propias arrugas, cercana a su propia muerte, comprendió que, a pesar de los achaques de la edad, continuaba llena de pasiones incendiarias, sentía deseo como cualquier mortal. La intelectual se dedicó a investigar la vida de otras mujeres que, entradas en años, habían sido tildadas de locas cuando manifestaban deseos de tener una pareja sexual o habían pagado por el encuentro con un hombre. En una de las conversaciones que sostuvo con una amiga ginecóloga cercana, la médica le cuenta que una de sus pacientes fue desesperada por algún tratamiento para que le quitara el deseo de masturbarse noche y día, porque sentía que a su edad ya no debía sentir excitación alguna. El asunto que más llamó la atención de Beauvoir durante su investigación fue el que la sociedad fuera más permisiva cuando un hombre mayor tenia parejas sexuales más jóvenes que él. Se le veía como un buen partido, maduro y sensato. Lo cual no ocurría con las mujeres, ellas no entraban dentro de lo que se conoce como gerontofilia (atracción por las personas mayores): “Un hombre joven puede desear a una mujer mayor lo bastante grande para ser su madre pero no su abuela –señala Beauvoir–. A los ojos de todos, una mujer de 70 años ha cesado de ser un objeto erótico”. Sexo para todos Más allá de los prejuicios que la sociedad se ha inventado con respecto a lo que es correcto y lo que no a lo largo de nuestra vida, la realidad es que el deseo sexual, tanto de hombres como mujeres, se mantiene intacto incluso después de los 70 años. Si bien hay una serie de limitaciones físicas –como molestias en la próstata o resequedad vaginal–, cada vez hay más alternativas para no dejar morir las pulsiones que inducen al placer. Por lo general son ellos quienes tienen una vida sexual activa por más tiempo y esto no se debe a que tengan una libido más alta que la de ellas, sino a que el tabú del sexo femenino en la vejez es más generalizado. "Hay que destruir el mito de que los ancianos no tienen interés en el sexo y que, si lo tienen, son obscenos, como si no fuera acaso normal y correcto para todos tener relaciones íntimas hasta el final de la vida", sostuvo en una conferencia el gerontólogo estadounidense Robert N. Butler, quien ha dedicado su trabajo a derribar las barreras que existen alrededor del sexo en la vejez. Butler ha luchado por desmitificar el asunto de la disminución del deseo con los años y a ha propuesto abolir los estereotipos por los que se asume que el viejo o la vieja que siente deseo es verde. Su intención es restituir el derecho a disfrutar una vida sexual normal y plena, de tal forma que las personas de la tercera edad que manifiesten el deseo consensuado de tener sexo en los asilos no escandalicen a sus enfermeros y familiares, y no se vean forzadas a reprimir las pulsiones más elementales, las que nos recuerdan nuestra propia humanidad.

Fuente: RC

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